En una cruel coincidencia, la última semana despidió, a los 82 años, a dos constructores del mundo pop: Sly Stone y Brian Wilson. Ambos fueron emblemas de la California de los años 60, con Sly & the Family Stone presentando el San Francisco psicodélico como una comuna utópica y diversa, y los Beach Boys de Wilson llevando al mundo un mito adolescente hecho de sol, surf, chicas, autos, baile y romance.
Como productores y compositores, ambos fueron arquitectos de la alegría. Crearon éxitos pop irresistibles que eran ingeniosos, eclécticos y llenos de detalles vitales. Esas obras maestras de estudio fueron artefactos hermosos e imborrables. Pero sus creadores llevaron vidas atribuladas.
Wilson era apenas un veinteañero cuando emergió como compositor y productor de los Beach Boys, tomando el mando para ejecutar sus innovaciones pop. Al principio, Wilson se aferró a un deporte que no practicaba -el surf- como excusa para sus construcciones musicales cada vez más sofisticadas. Pero pronto superó esa conexión, y le dio un adiós cósmico en “Surf’s Up” en 1966.
Las primeras canciones de Wilson tomaban riffs de guitarra de Chuck Berry, pero también celebraban las armonías vocales derivadas tanto del doo-wop, con sus acordes básicos y sílabas rítmicas sin sentido, como de los Four Freshmen, que cantaban arreglos intrincados con crománticos acordes de jazz. Con “I Get Around”, en 1964, Wilson empleó múltiples cambios de tono, secciones a capela, interjecciones instrumentales, súbitos y exultantes falsetes; fue número uno.

En 1965, Wilson decidió dejar de girar con los Beach Boys para concentrarse en la composición y la grabación en estudio, una decisión poco convencional pero brillante, que ya había insinuado en una canción de 1963, “In My Room”. Es una confesión de un introvertido, armonizada por Wilson con los Beach Boys, que hacer un tributo al santuario donde puede “cerrar con llave todas mis preocupaciones y mis miedos”.
En el estudio, con músicos de sesión, Wilson probaba y perfeccionaba tonos instrumentales, posibilidades de arreglo y estructuras de canciones. “California Girls”, construida a lo largo de decenas de tomas, comienza con una introducción incongruentemente lenta y descendente, antes de sus estrofas seguras de sí mismas. El estribillo fluye entre acordes cromáticos complejos, y los coros multicanal con sus “ooh-wahs” no dejan de expandirse. Es un tour de force meticuloso que aún suena lúdico.
Las ambiciones de Wilson seguían creciendo. Su obra maestra en formato álbum, Pet Sounds, de 1966, fusionó instrumentos del rock con arreglos de orquesta de cámara, en canciones que replicaban y profundizaban su sentido de aislamiento, fragilidad y anhelo.
Wilson trabajó intensamente en el estudio para “Good Vibrations”, de 1966, con sus estrofas flotantes sostenidas por acordes de órgano, su estribillo ascendente con ese sonido de theremín, su puente casi litúrgico y su final con sílabas sin sentido, todo en sinergia como un pináculo de la psicodelia.
Un sentimiento de rivalidad artística con los Beatles, quienes evolucionaban con la misma rapidez, impulsó a ambas bandas; cuando estaban trabajando en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, los Beatles querían superar Pet Sounds.
“Las notas que oía en su cabeza y nos transmitía eran sencillas y brillantes a la vez”, publicó Paul McCartney en su cuenta de Instagram. “Lo adoraba y tuve el privilegio de estar cerca de su brillante luz durante un tiempo. Cómo seguiremos sin Brian Wilson, ‘God Only Knows’ (Solo Dios lo sabe)”, el título de unas de sus grandes canciones.
Tristemente, e irremediablemente, Wilson no pudo continuar. El consumo de drogas, el diagnóstico de trastorno esquizoafectivo y sus propias expectativas abrumadoras llevaron al colapso de las sesiones de lo que iba a ser su próximo álbum, Smile. Lo terminó en 2004 y fue un recordatorio del potencial perdido. La vejez terminaría por silenciarlo. Pero esos breves e incandescentes años de genialidad pop bastan como legado.

Revolución negra
Cuando Sylvester Stewart formó Sly & the Family Stone en 1966, ya había sido cantante de iglesia, músico de R&B, compositor, productor y disc jockey. Conocía el rock, el pop, el soul, la psicodelia, el funk, el góspel y el jazz. Los utilizaría todos, a veces al mismo tiempo.
Sly era compositor y productor de Sly & the Family Stone con los que grabó seis álbumes esenciales, de A Whole New Thing (1967) a Fresh (1973). Sus canciones eran maravillas de múltiples capas, construidas con un contrapunto funky que manifestaba sus ideales comunitarios en cada golpe, riff y superposición vocal. Construía las canciones como conversaciones en constante evolución, con ideas que llegaban desde todas lados en un deleite estéreo.
La formación de la banda era una declaración en sí misma: negros, blancos, hombres, mujeres. Todas personas comunes (aunque con vestuario escénico mucho más vistoso). Todos eran una estrella.
En sus años de gloria a fines de los 60, Sly & the Family Stone se aseguraron de que nadie pasara por alto su mensaje de diversidad como comunidad y de comunidad como solidaridad. Liderada por un compositor negro con raíces en la iglesia pentecostal, la banda predicaba en “You Can Make It if You Try”, “Everyday People” y “Stand!”.
Frente a las realidades raciales de la América de los 60, Sly & the Family Stone clamaban por dignidad, iniciativa, autoestima y tolerancia. “Everyday People” enumeraba colores de piel y tipos de cuerpo. Pero las canciones también insistían en el placer, tanto carnal como espiritual, como forma de liberación. Ambas están en “I Want to Take You Higher”, de su legendario show en Woodstock de 1969.
En el último gran álbum de Sly, There’s a Riot Goin’ On, el funk se volvió sombrío. El ánimo reflejaba una amarga desilusión con las promesas incumplidas del movimiento por los derechos civiles. Pero también la moral de la banda se desplomaba, a medida que los problemas de drogas y salud mental de Sly lo hacían más errático.
Wilson y Stone fueron genios en su tiempo. Las grabaciones los sobreviven, listas para desafiar y enseñar a las generaciones futuras. Sus historias personales son más tristes. La carne es débil. Pero el arte permanece.
Jon Pareles, The New York Times
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